El hombre más sabio de la ciudad me extendió su monólogo dos veces
y dejó de confiar en mí un día, me aparece. Entonces no hablamos más.
Pero recibo noticias de él cada tanto.
Yo soy un adolescente.
Yo no tengo ninguna pretensión de ser adulto, ni mucho menos anciano. Ganas no me faltan (pero si me falta lo que los adultos por regla general tienen: familia, casa propia, seguro de vida); y más todavía de ser un adulto-adolescente (¡al diablo con la Babilonia!, dijo el señor de 50 años y se fue a vivir a la playa viviendo de cocos y pescado, es decir, vivió como a él le gusta).
Yo -alors-, soy un adolescente.
Yo tengo 18 años.
Yo no sé nada de la vida, o sé muy pocas cosas: sé que el fuego quema y el hielo enfría y que las personas a veces te desilusionan. Sé que soy yo mismo y los demás; no me siento una unidad como otro, ni estoy seguro de la homogeneidad de la especie: hay diferencias abismales entre humano y humano tomado al azar de dos puntos del mundo. Entre mis hermanos y yo hay diferencias abismales. No sé si eso cuenta como conocimiento relevante ni mucho menos como sabiduría, sobre todo si no estoy seguro de saberlo, y he ahí por qué estoy escribiendo esta entrada: a pesar de mis 18 años de vida y de estar tratando de definirme día a día, todavía no sé si puedo decir qué soy ni mucho menos qué quiero ser; habida cuenta de que hay tantas cosas que se puede ser o peor, que podría ser en este momento, y no me doy cuenta.
Con esto digo:
¿quién sabe si soy un revolucionario y no me doy cuenta?
Primero:
¿ser un revolucionario se hace o se nace? Las dos posibilidades son una incomodidad.
Si soy un revolucionario que nació: todavía no revolucioné nada. Quizás no sea revolucionario. Quizás esté destinado a ser revolucionario, pero quizás no sea revolucionario; quizás tenga TODAS las potencias para revolucionar y aún así TODAVÍA NO LO HAGO. Y eso sería un gigantesco fracaso.
Si soy un revolucionario por hacerse: Esto es peor todavía. Acaso (no veo por qué no) si yo soy un revolucionario por hacerse, todos seamos revolucionarios por-hacernos, lo cual podría llevar, en una de esas, a una revolución, y una revolución cambiaría muchas cosas del mundo (que sé que están mal y no hago nada al respecto). Ergo, sería un mundo mejor. Demanda esfuerzo, cómo no, pero casi todo en la vida demanda esfuerzo; y yo no me veo esforzándome en ningún momento del día. Parece un negocio redondo, simplemente apoyarse en el hombro del otro, gritar, caminar, perseguir algo que rehuye pero que algún día se alcanzará; sólo con esfuerzo. Y no lo hago. Y poca gente lo hace. ¿Y por qué?
¿Tiene límites mi egoísmo? ¿Tiene límites este nihilismo nada-original?
Porque vamos a lo que más o menos tengo claro: mis aspiraciones QUIEREN SER originales. Más allá de que no tengan absolutamente nada de originales, esta idea recién está en su origen; todavía no hago nada original y seguramente no lo haga, pero es lo que quiero. Y si la originalidad que persigo reside, cómo no, en el bien del mundo, y aún en su mal; ¿por qué no estoy trabajando para el bien o el mal del mundo? Noto ya mi hipocresía: no soy original. Digo que quiero serlo, pero no lo soy, ni hago esfuerzos para hacerlo.
Mis producciones no son originales, y yo no las considero arte; las considero una catarsis. Y no considero que romper una mesa (catarsis por convención) sea arte: catarsis no es arte, quizás el viceversa pero también tengo serias dudas. Entonces no estoy aportando nada al mundo más que un deleite pasajero. No persigo un ideal, no persigo un estilo de vida propio, ORIGINAL, no persigo el bien del mundo, no persigo siquiera el mal. Y estoy tan a la deriva... como tanta otra gente que está a la deriva, y la soledad del mundo a la deriva, del sol que me quema en altamar... está comenzando a desesperarme.
Este sol se llama Walter y por ahí dice vivir en Chiapas. Yo le creo, pese a nunca haber estado en Chiapas y sin embargo, haber visto a Walter con mis propios ojos.
Las córneas duelen (pobre al que no).
y dejó de confiar en mí un día, me aparece. Entonces no hablamos más.
Pero recibo noticias de él cada tanto.
Yo soy un adolescente.
Yo no tengo ninguna pretensión de ser adulto, ni mucho menos anciano. Ganas no me faltan (pero si me falta lo que los adultos por regla general tienen: familia, casa propia, seguro de vida); y más todavía de ser un adulto-adolescente (¡al diablo con la Babilonia!, dijo el señor de 50 años y se fue a vivir a la playa viviendo de cocos y pescado, es decir, vivió como a él le gusta).
Yo -alors-, soy un adolescente.
Yo tengo 18 años.
Yo no sé nada de la vida, o sé muy pocas cosas: sé que el fuego quema y el hielo enfría y que las personas a veces te desilusionan. Sé que soy yo mismo y los demás; no me siento una unidad como otro, ni estoy seguro de la homogeneidad de la especie: hay diferencias abismales entre humano y humano tomado al azar de dos puntos del mundo. Entre mis hermanos y yo hay diferencias abismales. No sé si eso cuenta como conocimiento relevante ni mucho menos como sabiduría, sobre todo si no estoy seguro de saberlo, y he ahí por qué estoy escribiendo esta entrada: a pesar de mis 18 años de vida y de estar tratando de definirme día a día, todavía no sé si puedo decir qué soy ni mucho menos qué quiero ser; habida cuenta de que hay tantas cosas que se puede ser o peor, que podría ser en este momento, y no me doy cuenta.
Con esto digo:
¿quién sabe si soy un revolucionario y no me doy cuenta?
Primero:
¿ser un revolucionario se hace o se nace? Las dos posibilidades son una incomodidad.
Si soy un revolucionario que nació: todavía no revolucioné nada. Quizás no sea revolucionario. Quizás esté destinado a ser revolucionario, pero quizás no sea revolucionario; quizás tenga TODAS las potencias para revolucionar y aún así TODAVÍA NO LO HAGO. Y eso sería un gigantesco fracaso.
Si soy un revolucionario por hacerse: Esto es peor todavía. Acaso (no veo por qué no) si yo soy un revolucionario por hacerse, todos seamos revolucionarios por-hacernos, lo cual podría llevar, en una de esas, a una revolución, y una revolución cambiaría muchas cosas del mundo (que sé que están mal y no hago nada al respecto). Ergo, sería un mundo mejor. Demanda esfuerzo, cómo no, pero casi todo en la vida demanda esfuerzo; y yo no me veo esforzándome en ningún momento del día. Parece un negocio redondo, simplemente apoyarse en el hombro del otro, gritar, caminar, perseguir algo que rehuye pero que algún día se alcanzará; sólo con esfuerzo. Y no lo hago. Y poca gente lo hace. ¿Y por qué?
¿Tiene límites mi egoísmo? ¿Tiene límites este nihilismo nada-original?
Porque vamos a lo que más o menos tengo claro: mis aspiraciones QUIEREN SER originales. Más allá de que no tengan absolutamente nada de originales, esta idea recién está en su origen; todavía no hago nada original y seguramente no lo haga, pero es lo que quiero. Y si la originalidad que persigo reside, cómo no, en el bien del mundo, y aún en su mal; ¿por qué no estoy trabajando para el bien o el mal del mundo? Noto ya mi hipocresía: no soy original. Digo que quiero serlo, pero no lo soy, ni hago esfuerzos para hacerlo.
Mis producciones no son originales, y yo no las considero arte; las considero una catarsis. Y no considero que romper una mesa (catarsis por convención) sea arte: catarsis no es arte, quizás el viceversa pero también tengo serias dudas. Entonces no estoy aportando nada al mundo más que un deleite pasajero. No persigo un ideal, no persigo un estilo de vida propio, ORIGINAL, no persigo el bien del mundo, no persigo siquiera el mal. Y estoy tan a la deriva... como tanta otra gente que está a la deriva, y la soledad del mundo a la deriva, del sol que me quema en altamar... está comenzando a desesperarme.
Este sol se llama Walter y por ahí dice vivir en Chiapas. Yo le creo, pese a nunca haber estado en Chiapas y sin embargo, haber visto a Walter con mis propios ojos.
Las córneas duelen (pobre al que no).